Encuentro con Al Capone

Agradecí el tumulto del vagón de clase turista. Conseguí escapar de las garras de mi madre y su perorata sobre ser y comportarse como una señorita. Ciertamente estaba harta de todos sus comentarios.

Marie, debes sentarte con las piernas así.

Marie, debes masticar lentamente y limpiarte con cuidado como una dama.

Marie, cuando los hombres hablen tu debes mantenerte callada.

Normas, normas, y más normas…¿Qué le importaba que me gustara usar pantalones, chaleco y corbata? ¿Qué disfrutara bailando aquella fascinante música en locales llenos de gente que rompía la ley seca? ¿Qué amara comer sin preocuparme por lo que pensaran? ¿Qué me gustara  leer hasta que la luna coronara el cielo?

Me escabullí hacia el vagón restaurante. Al fin y al cabo, allí estaba el pequeño descansillo que usaban los fumadores para no molestar a los demás pasajeros. Me entretuve observando las escenas que se desarrollaban a través de las ventanillas de los compartimentos que no tenían las cortinas corridas.

Una madre regañando a sus hijos. Una pareja acaramelada. Un grupo de hombres que en cuanto me vieron cotillear se callaron, por lo que supuse que estarían hablando de negocios. Cuando llegué al último compartimento, con las cortinas echadas, escuché a voz de mi madre.

-Disculpe, ¿ha visto a una joven de unos dieciocho años pasar por aquí?- preguntó. Sin mediarlo, abrí la puerta del compartimento y la cerré corriendo.

La escuché pasar, refunfuñando como siempre, y me dejé caer sobre el asiento, suspirando.

-¿Escapando de su institutriz, señorita?- me sobresalté al escuchar aquella pregunta y me giré, encontrándome con un hombre que me miraba con diversión. Tenía el rostro ligeramente relleno, pero una sonrisa agradable. Un sombrero de ala ladeado sobre su cabeza le confería un aspecto importante. Sonreí, nerviosa.

-Disculpe por haberme colado en su compartimento, pero huía de mi madre- murmuré.

-Oh, si gusta, puede quedarse aquí. Mi parada es la próxima, y este compartimento está reservado para todo el viaje- invitó. Mi rostro se iluminó ante su invitación.

-¿En serio?-

-Así podrá está tranquila, señorita…-

-¡Oh! Discúlpeme por no haberme presentado- exclamé- Fizpatrick. Anne Marie Fitzpatrick- comenté.

-Yo soy Alphonse, señorita Fitzpatrick- sonreí e incliné la cabeza, fijándome en el periódico que sostenía entre sus manos.

-Oh, es el último número ¿cierto?-

-¿Le interesan las noticias señorita?-

-Bastante. Pero mi madre se escuda en que una mujer no debe interesarse en otra cosa que no sea coser, comportarse como una dama y apoyar al marido- comentó, con algo de desagrado.

-¿Y usted no está de acuerdo con ello?

-¿De acuerdo? Para nada. No soy una muñeca que pueda moldear a su gusto. Ni tampoco un premio para ningún hombre- añadí- Yo soy la propia dueña de mi destino- Alphonse rio ante mis palabras.

-Es usted una señorita muy interesante ¿sabe?-

-No es para tanto…- murmuré- Siempre me dicen que debería centrarme, que es una fase…¡Pero de verdad deseo hacer algo por esta sociedad, más que coser y ser el trofeo de un hombre!- exclamé.

El sonido del timbre cortó nuestra conversación, y un hombre de rostro duro abrió la puerta.

-Señor, ya vamos a llegar- avisó. Alphonse inclinó la cabeza y se levantó.

-Tome, señorita Fitzpatrick, quédeselo- entonces, de su chaqueta, sacó lo que reconocí como una petaca- Y si quiere, también puede quedarse con esto- me guiñó un ojo- Si necesita cualquier cosa, venga a Chicago y pregunte por Al en cualquier bar. Le pondrán en contacto conmigo- parpadeé, confundida, pero incliné la cabeza a modo de despedida, mientras Alphonse salía del compartimento.

En cuanto estuve sola, abrí la petaca y el olor a ron llenó mis fosas nasales. Entonces caí en la cuenta. Solo había una persona en Chicago llamada Al que podría tener eso encima. Corrí fuera del compartimento y me asomé a la ventana.

Allí estaba Alphonse, acompañado por otros hombres.

-¡Señor Alphonse!- se giró hacia mí y esbocé una sonrisa- Le devolveré el periódico cuando nos volvamos a ver- aseguré, mientras la máquina se ponía en marcha.

Juro que le vi sonreír de vuelta, por lo que volví al compartimento.

Quien iba a decir que me encontraría con el mismísimo Al Capone…

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